domingo, 20 de noviembre de 2011

La lejanía, tan cercana




¡Qué difícil!. No sé, si sonará tan alto como intento que suene ese ¡qué difícil!. No sé si con esta segunda vez insistiendo en imaginar un difícil bastante alto y lo suficientemente claro como para no tener que explicar, que cuando algo es complicado, lo es sin más.

Caminamos siempre con un objetivo y a veces en nuestra vista pasan imágenes de hechos que sucedieron hace mucho y que enturbian nuestro presente, que lo hacen más negro de lo que era. ¿Te preguntarás porque se tiñe de negro y no de luz blanca? Algo que nos define a algunos de nosotros es la incapacidad para dejar algunas cosas que sucedieron de lado, aunque ya haya llovido mucho, y las flores de la primavera se hayan puesto lindas y pochas de nuevo. Se trata de no saber caminar sin dejar esa mochila de recuerdos negativos, o quizá no tan negativos, que dejamos en nuestro pasado. Siempre habrán cosas que vayan unidas a nosotros, y una de ellas será nuestro pasado, ese que siempre te asecha sin dejarte escapar ni un sólo instante.

Aunque cruel y despiadado nuestro pretérito, gracias a él podemos recordar y ser quienes somos, o ser quienes queremos ser, o ser simplemente. Después de este barullo de ideas que sacuden mi mente al pensar en el pasado, recuerdo cosas que me gustan, y otras tantas que no. La mayoría de las veces nos inclinamos a pensar que son más los momentos buenos que los malos, pero cuando tu día es gris, todo se tiñe de gris, y va ascendiendo al gris oscuro poco a poco hasta acabar en negro, triste pero cierto. Quizá debamos obligarnos un poco más a no dejar que la mirada esa que nos asecha constantemente, a ser más felices y a dejar de lado todo aquello que un día nos hizo daño. 

Hablo en pasado, pero mientras escribo acabo de caer en la cuenta de que mientras estoy hablando de ello lo tengo muy presente, y tal vez ese sea el problema, el tener presente algo que ni si quiera sucedió ayer, o hace unos meses. Cuando hablamos de años lo primero que se nos viene a la cabeza es la lejanía, lejanía en el tiempo y también en el espacio. ¿Serán los sentimientos tan poderosos como para anclarnos en el tiempo y en el espacio? He aquí mi pregunta, y mi respuesta, es inmediata y simple, sí que lo son. Lo son por encima de cualquier otra cosa. Son ellos los que nos hacen movernos día a día a por todo lo que queramos, incluso a por ese yogur del fondo del frigorífico que hace tanto tiempo tenemos olvidado.

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